Sant Pere sube a una barca y un remero lo traslada a través del canal del puerto de Catarroja hasta el lago de la Albufera. Lo hace todos los años, como durante siglos lo han hecho miles de pescadores, vecinos del barrio de les Barraques, que no pierden la tradición y devoción al santo que bendice el lago que durante tantos siglos les dio de comer.
Y Juan se emociona cuando alguien le pregunta quién es Sant Pere para los pescadores de la Albufera. «No se puede explicar», dice, mientras los clavarios ayudan a embarcar la imagen del santo, que llega acompañado al lago de cientos de vecinos del porteño barrio de Catarroja.
Este año, José Alberto Comos, director de la Fundación Agua y Progreso, es el clavario mayor. «Fue un orgullo encontrar, entre papeles viejos, el carnet de identidad de mi bisabuelo, donde en la casilla de profesión decía pescador, y recordar cómo mi abuela me contaba que el agua de la Albufera se podía beber». José Alberto participó ayer en el acto más emotivo y multitudinario de los que celebra el barrio: la eucaristía en honor a Sant Pere en medio del lago.
Cerca de un millar de personas acudieron en romería hasta el puerto de Catarroja acompañando al santo. Los clavarios habían preparado bocadillos y bebidas para que todos los romeros pudieran aguantar el calor que ya soportaban a las 10 de la mañana.
Vicenta Raga llega acompañada de su hija. Todos los catarrojinos quieren que sus hijos se emocionen al ver al santo y sigan una tradición centenaria. Sant Pere era pescador como ellos, «sabía de la vida de la barca, de remos, de redes, de luchar contra los fenómenos de la naturalez y del rudo trabajo de cada día», cuenta Salvador Raga 'Llapissera'.
La tradición de pasear en barca a Sant Pere comenzó en realidad hace medio siglo. Sin embargo, y cada año con más devoción, decenas de personas suben a las barcas, propias o alquiladas, para asistir a la eucaristía. «Es un acto muy emotivo», cuentan Manoli, Paqui y Mercedes, que han sido ya en dos ocasiones clavarias de la fiesta de Sant Pere. «Hace ya muchos años de aquello», añaden, orgullosas.
Agua sucia
Miguel Ramón también fue clavario varias veces. Muestra con orgullo cómo su hija ha continuado con la tradición, pese a que la profesión de pescador «va cada día perdiéndose un poco más.» Siempre nos sentiremos unidos a la Albufera, donde tenemos nuestras raíces, donde nuestros antepasados vivieron y sufrieron», cuentan los vecinos de les Barraques.
Junto al canal por donde ayer pasan en barca los clavarios y los fieles de les Barraques, decenas de personas pescan en unas aguas en muy mal estado. No en barcas, sino con cañas, muchos inmigrantes buscando algo que comer. Las aguas, sin embargo, no parecen las mismas que pudiera beber la abuela de José Alberto Comos. Está sucia por los vertidos y los vecinos ya casi no recuerdan cuando la Albufera bullía de peces.
Los mismos que hace ocho siglos admiraron a Jaume I, que lo incluyó en su patrimonio y concedió privilegios reales «a cualquier vecino para que pueda pescar en el lago sin más obligación que la de pagar la quinta parte del producto pescado».
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