ACERCA DE LA CONVENCION RAMSAR

La Convención sobre los Humedales (Ramsar, Irán, 1971) -- llamada la "Convención de Ramsar" -- es un tratado intergubernamental en el que se consagran los compromisos contraídos por sus países miembros para mantener las características ecológicas de sus Humedales de Importancia Internacional y planificar el "uso racional", o uso sostenible, de todos los humedales situados en sus territorios. A diferencia de las demás convenciones mundiales sobre el medio ambiente, Ramsar no está afiliada al sistema de acuerdos multilaterales sobre el medio ambiente (AMMA) de las Naciones Unidas, pero colabora muy estrechamente con los demás AMMA y es un asociado de pleno derecho entre los tratados y acuerdos del "grupo relacionado con la biodiversidad".

Aprenda más acerca de la Convención de Ramsar sobre los Humedales – qué es en la actualidad; dónde se originó, y por qué; cómo funciona; cuáles son sus países miembros, y por qué se adhirieron esos países.

domingo, 29 de noviembre de 2009

De las jeringuillas a la huerta


Cuando el sol se ponía en el horizonte de la huerta de Campanar sonaba un toque de queda. Los vecinos dejaban los caminos, se retiraban a sus casas y echaban el pestillo. La tierra tenía otros dueños: los traficantes y toxicómanos que llenaban cada camino, cada terreno, cada cañar y cada acequia. Eran los tiempos del campamento de la droga, el mayor 'híper' del narcotráfico que jamás ha sufrido la ciudad de Valencia.
En abril de 2008 la policía ganó el pulso a la droga en Las Cañas y, año y medio después, el paisaje ha cambiado totalmente. Las bicicletas de los agricultores ya pueden circular con calma entre los senderos y vecinos de Campanar, Benimàmet y Mislata hacen 'footing' al atardecer. Los canales de riego corren más limpios. Patatas, cebollas, calabazas y chufas crecen sin jeringuillas clavadas.
Los toxicómanos no eran los únicos que se pinchaban. «En una ocasión estaba limpiando una acequia y me clavé una jeringuilla en el dedo. Me asusté mucho y tuve que ir corriendo a hacerme análisis por si me había contagiado», recuerda, como si fuera ayer, un agricultor de 80 años.
El hombre asegura que los toxicómanos llegaron a meterse en su casa para drogarse. «Lo dejaban todo lleno de jeringuillas y esto era muy inseguro. Ahora puedo pasear con mi moto y entretenerme en el campo sin miedo. La verdad es que estamos muy bien», reconoce.
Vicenta, de 78 años, ha crecido en la huerta de Campanar. Es una de esas vecinas «de toda la vida», hija de agricultores. No imaginaba que durante 15 largos años, desde principios de los 90, los terrenos que labró su padre iban a ser pisoteados por toxicómanos e invadidos por una plaga mucho peor que cualquier insecto: agujas ensangrentadas. «Me las encontraba hasta en la mesa de nuestra terraza, junto con colillas y restos de las cosas que fumaban. ¿Qué íbamos a hacer? Nos metíamos dentro de casa, cerrábamos con llave y a esperar. De madrugada se oían gritos horribles y peleas. Otras veces veías pasar a mujeres desnudas en pleno invierno. Daba mucha pena. Era el infierno», recuerdo.
Pese a estar rodeada por la droga, Vicenta se resistió a marcharse y la espera «ha valido la pena». Ahora «vivimos mejor. Puedo salir a pasear todos los días por la tarde, cuando antes me encerraba en casa a las seis. Tenía miedo».
«Una muerte continua»
José Valero, su marido, es un tallista de 80 años. Aunque los drogadictos invadían su casa, él intentaba ayudarles. «Esto es una muerte continua. Hacéis padecer a vuestros hijos, mujeres y padres», les decía. «Mi padre ya no me quiere», le contestó un toxicómano en una ocasión. Tiempo después, el mismo hombre se rehabilitó y viajó de Madrid a Valencia para ver a José. «Quiero agradecerle los consejos que me dio. Los tendré siempre en mi mente», le confesó.
Para otros, las advertencias de sus seres queridos han caído en saco roto. Algunos cañares próximos a la avenida Maestro Rodrigo esconden los últimos chutes de Las Cañas. «Venimos a escondernos para drogarnos, pero aquí ya no se vende nada. Compramos la heroína en otros sitios y nos la chutamos aquí», comentan con voz débil dos esclavos del 'caballo', un murciano de 40 años y una vecina de Paterna de 33. Son pareja. Comparten amor y también adicción.
Desde la operación policial que descabezó el narcotráfico en Las Cañas se han producido esporádicos rebrotes de venta en una zona muy concreta, junto a la avenida Maestro Rodrigo, pero han sido atajados con rapidez.
La Policía Local y la Policía Nacional han arrestado a una decena de personas en año y medio. «Ahora si quieres pillar te tienes que ir a la Malva (la Malvarrosa), al Chino (Velluters) o llamar a tu 'camello'. Es peor porque en las calles te ve la gente y aquí, al menos, no molestábamos a nadie», considera el toxicómano. «Cuando se vendía en Las Cañas consumíamos más, casi el doble, porque todo era más fácil. La droga era de más calidad y ahora te la venden más adulterada», confiesa.
Los señores de la droga en Las Cañas eran africanos, la mayoría procedentes de Senegal o Chana. Los drogadictos los bautizaron como los 'morenos'. Trapicheaban con heroína, cocaína y crack (coca en piedra para fumar). Las dosis se vendían a 5 euros. Algunos fueron detenidos en la gran operación policial, pero otros han cambiado su estrategia.
Así lo explica V. F., un valenciano de 43 años que compraba cocaína en Las Cañas: «Los 'morenos' siguen vendiendo en Valencia. Muchos mantienen los clientes que consiguieron en Campanar, pero funcionan de otra manera. Les llaman al móvil, se citan con los consumidores y venden discretamente, en la calle».
En su opinión, la huerta se convirtió en «algo parecido a una jungla». Los toxicómanos «compraban con facilidad y, como llegaban con el mono, se chutaban allí mismo». Algunos, recuerda V. F., «se establecieron en campamentos e incluso comenzaron a trabajar para los traficantes». Se refiere a los 'machaca', drogadictos que conseguían clientes para 'morenos' a cambio de una dosis o algo de dinero. Otros, como los 'aguadores', avisaban cuando la policía entraba en la huerta. Las toxicómanas más desesperadas se prostituían en tiendas de campaña, entre los cañares, o en coches. Todo valía ante el síndrome de abstinencia.
Ramón, que trabaja de taxista en Valencia, recuerda haber llevado a Las Cañas «a personas de todos los niveles. Preferían ir en taxi para no llamar tanto la atención». V. F. asegura que «artistas e incluso hijos de políticos» iban en busca de su dosis. La droga no entiende de profesiones ni clases sociales.
Y tras el oscuro pasado, un presente «mucho mejor» y un futuro «incierto». Así lo cree el presidente de la Asociación de Vecinos de Campanar, Eduardo Pérez. «La partida de Dalt», nombre tradicional de esta zona, «guarda importantes tesoros de la huerta valenciana, además de su valor paisajístico». «Los vecinos queremos que se rentabilice y se revitalice al máximo por parte de las autoridades. No tiene sentido que a pocos metros se recree la vida salvaje africana en cartón piedra y no se preste atención a lo más auténtico de la cultura valenciana: la huerta», sentenció.

ESO ESTA BIEN, PERO HAY VARIAS PREGUNTAS:
-DE QUIEN FUE LA FELIZ IDEA DE TRASLADAR A ESTAS PERSONAS A LAS CAÑAS PARA "TENER LIMPIO" EL CENTRO DE VALENCIA?.
- ALGUIEN SABE LO QUE LE HA COSTADO A MISLATA Y PATERNA ESTE TRASLADO?
- A DONDE SE HAN TRASLADADO AHORA?
-NOS ESTAN DICIENDO QUE SE HA TERMINADO EL PROBLEMA?
-ALGUIEN SE HA PLANTEADO QUE NO SE ESTA TRATANDO CON GANADO????

SALUDOS..................GIL

No hay comentarios: